Cambios
Tengo un nuevo oficio, vendo humo metafísico
para el consumo de arañas y hormigas
que hay a granel en el patio de la casa;
como se dice en Madrid, es una buena oferta,
fórmula de a dos pesos, no más;
humo gris que se deposita en el cerebro,
es instantáneo como el café:
lo he comprado en el mercado de pulgas,
ahora, en el primer bajón de este verano, lo revendo;
es un producto natural de una edad de las ilusiones;
es un paradigma en transición acelerada sin explicación;
un paradigma que se define sólo con ejemplos equívocos;
humos que en su tiempo fueron máquinas impresoras
reemplazadas en un ay por un timbre de goma;
por una hoja impresa por un lado, y por el otro;
diré que las máquinas de lectura mecánica
de textos impresos, por la maravillosa invención
de la radio y el teléfono, se están borrando,
monjes en oscuros monasterios escondieron humos
en libros iluminados que pintaban a colores;
pero después del hundimiento del Titanic
los monjes y sus cajitas doradas se borraron;
había que comenzar de cero; nunca de cero a la izquierda,
esa maldita fórmula conseguía ver el mundo detenido,
como un platillo suspendido en el aire;
hasta que vino la invención del telégrafo,
por el intenso uso de la telegrafía hubo muchas catástrofes;
Vicente García Huidobro retrató en sus versos las primeras desgracias,
Aseguraba haber visto el hundimiento de un barco
Que se fue de cabeza con todas sus luces encendidas;
era la forma más rápida de hablar con una persona,
con frases breves hechas con verbos claves, saltándose
artículos y pronombres: fallecido padre cielo eterno
venga pronto esperamos hijos; otro: brilla sol primavera;
luego vino el teléfono (yo haría un monumento al teléfono),
en tiempos de dictaduras, el teléfono y la radio tuvieron un éxito formidable;
la noticia del rendimiento incondicional de los nazis
se oyó por onda corta y onda larga en todo el mundo;
las piedras que estaban muertas se levantaron en los caminos;
los árboles y el viento hicieron fiestas interminables;
la ceniza de los huesos de aquellos que habían quemado
en los hornos de exterminio, de abono para los cultivos que eran
se levantaron temprano, alegremente apuraban las patatas,
las lechugas, los ciruelos amargos se volvieron dulces;
al final de la guerra, la radio fue como el arca de Noé después del diluvio;
cuando los barbudos de Fidel bajaron del monte
con rumbo a La Habana, era Año Nuevo en Valparaíso,
un joven poeta, debajo de la cama, imaginándose la resistencia francesa,
escuchaba Radio Rebelde debajo de la cama;
cuando llegó a la casa del joven poeta un paquete con la antología
de Casa de Las Américas donde venían estampados sus versos,
el padre abrió el paquete de libros, uno por uno,
los lanzó por la ventana; fue en aquel año
el gran terremoto de Valparaíso; el desastre de la avenida Brasil,
el hundimiento del remolcador Angamos, la primera transmisión
en blanco y negro de televisión;
después, yo me marché para Londres, me eché a descansar
en una cama muy blanda, cuando abrí los ojos,
vi a todo el mundo con una mano en la oreja,
debajo de la mano, ahora toda la gente sostiene
un teléfono móvil; lo primera que se oye: el público
de las llamadas telefónica; en el autobús, en el aeropuerto,
en la maternidad o en la espera el dentista,
es una voz alta que rompe el silencio: “Hola, ¿dónde estás?”
“estoy aquí ¿y tú?” No se oye la respuesta;
pero aquí y allá, no se mueve una hoja: reina conformidad absoluta.
Eduardo Embry- Chile
[ESTE POEMA de Eduardo Embry, se halla en la colección de la Biblioteca The Wiener Library de Londres, dedicada al estudio de la persecución nazi en Europa y el tema de los refugiados en Inglaterra.]
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